LA ALABANZA EN LA VIDA CRISTIANA Y EL COMPROMISO CON LA MISION || SERMON DEL SABADO 10 DE DICIEMBRE

 




LA ALABANZA EN LA VIDA CRISTIANA Y 
EL COMPROMISO CON LA MISION.

TEXTO BIBLICO: SALMO 34


Introducción:
A veces observamos algunos que tienen mucho, más de lo que necesitan, murmurando
continuamente, pues consideran que todavía les falta algo, nada para ellos es
suficiente. En cambio, otros, aun teniendo muy poco, lo poco que tienen les basta para
llenar su corazón de alabanza y agradecimiento a Dios.

Esto nos lleva a una apreciación bíblica de que la alabanza a Dios no se define por las
circunstancias de la vida, sino por la actitud del corazón. El Salmo 34 es una invitación
a la alabanza y a la madurez espiritual. En el, el salmista manifiesta su compromiso de
alabar al Señor en “todo tiempo” v.1

La alabanza a Dios y un corazón agradecido por su bondad, nos lleva a caminar más
cerca de Cristo y a ser más útiles en sus manos. “
¿Qué aprendemos al ser verdaderos adoradores?:

I. Que el desafío es en todo tiempo.
Alabar al Señor al ganar lo que se deseó, al recibir respuesta a la oración o al
ser sorprendido por una agradable noticia, no exige nada especial en nuestro
corazón. La propuesta bíblica, sin embargo, es mucho más amplia: es alabar
a Dios en “todo tiempo”, en el día bueno y también en el día malo, en plena
salud y en los días de enfermedad, cuando se nos aplaude o cuando se nos
critica, al recibir una respuesta positiva del Señor, o cuando Él nos cierra un
camino que deseábamos seguir.

Alabar a Dios en “todo tiempo” implica reconocer que todos los planes del
Señor son planes de amor. Que, de hecho, todas las cosas cooperan, de
alguna forma que poco comprendemos, para el bien de los que sinceramente
aman a Dios, y eso nos basta. Alabar a Dios en “todo tiempo” implica
también reconocer que las circunstancias de la vida, incluso las más difíciles,
tienen algún motivo de alabanza.

En este salmo no encontramos un escenario de perfección que nos lleva a la
alabanza, sino una alabanza que es proferida en la realidad de la vida, que
tiene sus desafíos realistas y constantes.

¡Aleluya!
Den gracias al SEÑOR, porque él es bueno;
su fiel amor dura para siempre.
¿Quién puede describir lo grande que es el SEÑOR?
¿O alabar a Dios de la manera que él merece?
Afortunados los que practican la justicia
y siempre hacen lo que es justo.” Salmo 106:1-3PDT

II. Que ninguna tragedia será más grande que la bondad divina.
Los versículos 4, 5 y 6 nos hablan de temores, angustias y prisiones. El verso
8 nos lleva, sin embargo, al reconocimiento de que, además de los colores
que pinta el presente escenario de nuestra vida, el Señor es bueno. Somos
conducidos no solo a comprender su bondad, sino experimentarla.
“Saboreen al Señor y vean lo bueno que es el…” v.8

Dios no es presentado como aquel que realiza actos de bondad, sino como
aquel que es bueno en su esencia. Es parte de Su naturaleza ser bueno.
Algunos pasan por angustias y se vuelven murmuradores, otros pasan por
angustias y reconocen la bondad del Señor. La diferencia está en la actitud
del corazón.

La alabanza a Dios combate también la ansiedad del alma, depresiones,
ansiedades, fobias y temores son las enfermedades de nuestro siglo. Nunca
tantos medicamentos se habían producido y consumido para estos
problemas como hoy. En este salmo vemos que, al lidiar con la alabanza,
apaciguamos también nuestro corazón. En el verso 2, él nos habla acerca de
la alegría, en el 4 sobre la liberación de nuestros temores y en el 6, de la
liberación de nuestras angustias. Alabar a Dios alegra el corazón del Padre y
también trae paz a nuestra alma, pues reconocemos que nuestra vida esta
en las manos de aquel que, en todas las cosas, es bueno.

“Pero el Señor me dijo: «Mi bondad es todo lo que necesitas, porque
cuando eres débil, mi poder se hace más fuerte.” 2Cor.12:9NTV

III. Que la alabanza nos conduce al servicio y a la misión.
A través de la Palabra, encontramos una fuerte relación entre el
contentamiento del alma y el servicio a Dios. Los corazones agradecidos con
Dios extienden mas la mano al prójimo, buscan las cosas de lo alto y utilizan
tiempo, fuerzas y oportunidades para hacer la diferencia en la tierra.

La alabanza a Dios, reconociendo su bondad, nos lleva a través de servirlo
de cuerpo y alma. Usar dones, talentos y recursos para que Su nombre sea
engrandecido. Lo contrario también es verdadero. Corazones ingratos y
labios murmuradores utilizan toda la energía en pro de la propia vida sin
lograr ver la bondad de Dios y ser sal de la tierra y luz del mundo. Parece
haber una estrecha relación entre un corazón que alaba y manos que
aseguran el arado sin mirar hacia atrás.

“En 1873, un barco francés, el “Ville de Havre”, seguía de la costa Este
americana a Europa. Entre los pasajeros, se encontraban la Sra.
Spafford y sus cuatro hijas. Ella era esposa de un cristiano piadoso, un
joven abogado de Chicago. En ese viaje el barco sufrió un accidente y
naufragó; casi todos los tripulantes murieron. Días de mucha
desesperación siguieron por la falta de noticias para las familias de los
desaparecidos en alta mar. Finalmente, el Sr. Spafford recibió un
telegrama comunicando que su esposa había sido encontrada todavía
con vida, pero estaba sola. El mensaje sobre la perdida de sus cuatro
hijas afligió su alma. El lloró y lamentó. 
Después se sentó y escribió la letra de un himno que llegaría a ser 
conocido en todo el mundo: It Is Well With My Soul (Esta bien con mi alma)”   


Conclusión:
La alabanza a Dios no se define por los marcadores de nuestra historia, sino por la
bondad del Señor, que va más allá de las líneas del horizonte del entendimiento de la
vida. Alabar a Dios es reconocer que su bondad será siempre mas grande que
cualquier tragedia que pueda abatirse sobre nuestra existencia. Es cantar a su bondad
en los días de luz y alegría, y no dejar de hacerlo en los días de neblina fuerte y colores
opacos. Su bondad es mayor que la vida.

Un día, en luz plena y eterna, cantaremos a su bondad, en “todo tiempo”. No vamos a
necesitar los actos de la vida para hacerlo. Su presencia nos bastará. ¡Amen!

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