CUATRO CARACTERÍSTICAS DE UNA IGLESIA UNIDA || SERMON DEL DOMINGO 05 DE MARZO
SERIE: VIVIENDO LA VIDA DE CRISTO EN PLENITUD
CUATRO CARACTERÍSTICAS DE UNA IGLESIA UNIDA
Texto Bíblico: Ef. 4:1-3
Dedicado a la Iglesia MICAP* en su 10 Aniversario-Pastores Raul y Mary Judith Rivera
* Ministerio Internacional Casa Apostolica Penuel
introducción:
Hace varios años Marcos Vidal compuso una canción que bien puede servirnos
de ilustración sobre la importancia de la unidad y del trabajo en equipo, la
llamó El arca. Tal vez ustedes la recuerdan. Al entrar Noé en el arca, con las
parejitas de animales, algunos de ellos comenzaron a lamentarse del encierro,
de la rutina diaria, y hasta de Noé. El ruiseñor, por ejemplo, todo lo veía negro y
nada le gustaba. El pavo real, ni siquiera se interesaba por el resto de los
animales, únicamente se ocupaba de su vanidad y de él mismo, de sus plumas
y de su hermosa apariencia. Es increíble que hubiera animales tan egoístas y
vanidosos como ése, que sólo piensan en sí mismo. También estaba la
serpiente, siempre peligrosa, con sus colmillos mordaces y su veneno
mortífero. Y la tortuga, que siempre llegaba tarde a todas partes, porque nació
cansada y no se recuperó de su enfermedad.
Pero no todo era malo, había un animal muy servicial: el burro, siempre tan
preocupado por los demás; el problema era que todos terminaban
aprovechándose de su generosidad: “No hay derecho que me traten como
esclavo, como un animal de carga y de trabajo”, decía el burro. Finalmente
apareció el ciervo, ese sí que les dio un ejemplo de humildad a todos, cada vez
que había un problema y arreciaban las quejas contra el pobre Noé, inclinaba
su cabeza y oraba. Por fortuna, Marcos Vidal, que hace de Noé, se encarga de
que la historia termine bien, todos aprenden a convivir en el arca a pesar de
sus diferencias, y todos terminan reconciliados y llenos de esperanza.
Esta ilustración tal vez nos ayude a entender mejor lo que significa el valor de
la Unidad. No es algo que se dé naturalmente. Las personas no se unen
porque piensen lo mismo ni porque su pastor o sus líderes les resulte del todo
agradables. Más bien, lo hacen porque tienen un proyecto y un ideal de iglesia.
Los miembros han llegado a la conclusión de que su iglesia, con todo y los
problemas que puede tener, es en la que mejor se sienten identificados.
Quieren llevarla adelante, pase lo que pase, y están dispuestos a soportar con
una buena dosis de paciencia las diferencias. De eso se trata este mensaje:
Cómo mantener la unidad de la iglesia a pesar de las diferencias.
El capítulo cuatro de Efesios es conocido como uno de los pasajes clave sobre
la unidad de la iglesia. Allí se muestran algunas características que deben tener
los miembros de la iglesia, si quieren garantizar su unidad y permanencia.
I. LA UNIDAD DE LA IGLESIA
La Carta a los Efesios se puede dividir en dos secciones principales. Los
primeros tres capítulos son esencialmente doctrinales, mientras que los
capítulos cuatro al seis son totalmente prácticos. En los capítulos anteriores,
Pablo ha sentado algunas bases doctrinales muy importantes para el
cristianismo. Por ejemplo, ha dicho que Dios nos llamó a la salvación; nos
llamó a ser sus hijos; nos llamó a ser miembros de su pueblo.
Pero ahora, el apóstol cambia de enfoque y comienza a tratar temas
eminentemente prácticos. El primer tema, y quizás el más urgente para él, tiene
que ver con la unidad de la iglesia porque de ello dependerá su madurez y
crecimiento. En el capítulo 4:1 utiliza el término andar, significando “el curso de
la vida de una persona”. Ese término se encuentra también en 4:17; 5:2,8,15.
El curso de nuestra vida y andar cristianos deben ser consecuentes con
nuestro llamamiento. Debemos andar la vida cristiana conforme a lo que
somos. Por ejemplo, en 4,1-16, habla de andar en la comunidad de salvos; en
4:17- 5:20, de andar en el mundo; en 5:21 -6:9, de andar en el seno familiar; y
en 6:10-20, habla de la lucha espiritual que conlleva ese andar.
Vamos a referirnos al hecho de “andar como cristiano” en medio de la
comunidad de la iglesia, y para ello, tomaremos únicamente los primeros tres
versículos del capítulo cuatro de Efesios.
II. CARACTERÍSTICAS ESENCIALES DE LA UNIDAD (Ef 4,1-3)
Hay dos palabras claves en todo este capítulo cuatro: unidad y crecimiento. La
unidad es indispensable para el crecimiento de la iglesia, y a su vez, el
crecimiento fortalece la unidad. La unidad es el elemento más crucial para la
salud de la iglesia, como lo es para el matrimonio también. Vivimos en un
mundo dividido por barreras raciales, étnicas, económicas. Cada uno de
nosotros tiene un trasfondo distinto, una educación, una familia y un trabajo
diferentes. Pensamos distinto y actuamos distinto. Pero gracias a Dios hemos
sido reconciliados por la misma obra de la cruz y bañados por la misma sangre.
Quizás no estemos de acuerdo con todas las decisiones que toma el pastor, ni
con las canciones que interpreta el grupo de alabanza, ni con el uso de las
ofrendas, o con el color de la pintura para la iglesia, pero hemos sido llamados
a conciliar. Somos llamados a unirnos en medio de la diversidad de
pensamientos, con tal que la doctrina no esté comprometida. Pero para lograr
esa unidad de iglesia, que Pablo llama unidad del Espíritu, se necesita algo
más que buenas intenciones, sobre todo, debemos esforzarnos en
mantener buenas y sanas relaciones con los demás miembros de la iglesia.
Algunas veces queremos cambiar las cosas, pero no es el tiempo todavía.
Debemos pensar en las personas antes que, en las cosas, incluso antes que
en los ministerios. No siempre los cambios garantizan el éxito. A veces se
empeoran las cosas. La unidad que cumple su objetivo es aquella que logra
que la gente madure y crezca en el Señor, y eso no se consigue haciendo
apenas lo mínimo para mantener el arca a flote, necesita una gran solicitud y
esfuerzo intencionado de mantener buenas relaciones con otros. La unidad no
es algo que tampoco deba darse por sentado apenas se consiga. Al contrario,
debe ser sostenida por la oración, la exposición vital de la palabra de Dios y la
negación de nuestro propio yo, a fin de ser moldeados por el Espíritu Santo.
Es interesante ver que el apóstol Pablo enfatizó la importancia de mantener
buenas relaciones con otros, en el vínculo de la paz y el amor, sin nombrar el
tema de la oración, aunque está implícito. Él menciona varias características
que debemos tener si queremos aspirar a la unidad de la iglesia pensando en
la madurez que pueden alcanzar las personas dentro de la iglesia. Donde hay
unidad, hay madurez y donde hay madurez, habrá crecimiento en el Señor:
“Hasta que todos lleguemos a la estatura de la plenitud de Cristo”, dice el
apóstol.
Es lamentable que una iglesia no crezca por la inmadurez de algunos
miembros, pero es peor cuando los pocos que hay se peleen continuamente y
se dividan por diversas razones. ¿Cómo podemos reconocer de primera mano
si una iglesia es saludable o no? Alguien decía: “Cuando al final del servicio los
miembros de la iglesia se quedan para hablar, para compartir con otros, para
tomarse un café y reír y orar por las necesidades de algún creyente, entonces
podemos decir que la iglesia es saludable; pero si cuando se termina el
servicio, todos salen ‘disparados’, algo anda mal ahí”. Cierto o no, esto podría
ser un indicador de qué tan saludable es una iglesia y qué tan unidos son sus
miembros. Como vemos, todo pasa por las relaciones.
El apóstol nos habla de por lo menos cuatro o cinco características que debe
tener una iglesia unida:
1. Humildad (tapeinofrosune): Implica una “baja autoestima” de nosotros
mismos basada en la conciencia que tenemos de nuestra propia culpabilidad y
debilidad ante Dios. La humildad ha sido llamada la primera, segunda, y tercera
esencia de la vida cristiana. Pablo decía que “él era menos que el más
pequeño de todos los apóstoles”. Era de esa conciencia que él tenía de su
pequeñez delante de Dios, en donde se originaba su verdadera humildad. “Por
la gracia de Dios soy lo que soy”, dijo.
Esta idea de pequeñez y auto negación y bajo perfil, es contraria al mundo. La
filosofía y sicología secular enseñan que uno tiene que estar “por encima del
otro”, que uno debe procurar tener mejores argumentos que los demás, que no
debe guardarse lo que piensa, sino que tiene que decirlo como lo siente. La
sicología secular requiere que tengamos un alto concepto de nosotros mismos.
Pero la Biblia enseña lo contrario, requiere que el cristiano sea humilde si
quiere mantener buenas relaciones con otros y contribuir a la unidad de la
iglesia. “Por el favor que Dios me ha mostrado, les pido que ninguno se
crea mejor que los demás. Más bien, usen su buen juicio para formarse
una opinión de si mismos conforme a la porción de fe que Dios le ha dado
a cada uno” Ro.12:3 PDT
Es fácil echar culpas, sin aceptar que tenemos errores, que nos cuesta
sujetarnos y con ello impedimos el avance de la obra del Señor. Consciente o
inconscientemente, obstaculizamos la unidad de la iglesia, y, por ende, su
crecimiento. Tenemos un opinómetro sobre el modelo de iglesia que queremos.
El problema es que cuando cada miembro quiere su iglesia a su manera, hay
cincuenta más deseando lo mismo. ¿Podrán ponerse de acuerdo en lo más
relevante, por lo menos? ¡Ojalá que sí! Pero mientras no haya sumisión la
iglesia va a sufrir. En la misma carta a los Efesios, el apóstol resalta la sumisión
voluntaria de unos a otros, la esposa al esposo, y viceversa; los siervos a los
amos, los hijos a los padres, y todo esto, como un resultado de vivir vidas
llenas del Espíritu (Ef 5:18-6:8). Nunca podremos sujetarnos, si no nos
disponemos para que el Espíritu Santo nos llene y capacite para hacerlo.
Permanecer llenos del Espíritu nos ayuda a pelearnos menos dentro y fuera de
la iglesia, sin poner zancadilla al hermano o a cualquiera otro.
La falta de humildad es una muestra inequívoca de la poca oración y de la
inmadurez espiritual. Cuando hay soberbia, no hay afecto fraternal con los
hermanos, porque no hay verdadera comunión con Dios. No hay humildad
porque no estamos aprendiendo de Jesús: “Aprended de mí que soy manso y
humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas”, dijo el Señor
(Mt 11:28-30). Aprendemos humildad de Jesús, yendo a la Biblia. Debemos
verlo en los días más difíciles de su ministerio: el apóstol Pedro escribe así:
“Quien cuando le maldecían, no retornaba maldición; cuando padecía, no
amenazaba, sino remitía la causa al que juzga justamente” (1P. 2:23).
El cansancio de la vida no es siempre por los trabajos y fatigas diarias para
ganarnos el pan, o luchando por encontrar un puesto o un lugar digno en la
sociedad; no es siempre por las deudas económicas o por los recibos o
impuestos al Estado, que se acumulan por ahí; a veces, es por algo más sutil
de ver, que se esconde muy adentro, de manera imperceptible, algo que quizás
no habíamos considerado: nuestra falta de humildad. La falta de humildad
permea no solo la vida espiritual de la iglesia sino nuestra salud física. Nada
peor que llevar una carga pesada porque no soportamos a otros hermanos o a
otras personas, porque no queremos verlos, y menos, tener que recibir alguna
enseñanza de Dios a través de ellos.
La falta de humildad también se evidencia en una vida pobre de oración
porque: “La humildad es una presuposición de la oración eficaz” (Pastor de
Hermas). El hermano humilde reconoce que necesita a Dios. Que no es “perita
en dulce” para caerle bien a todo mundo. Que debe aprender a recibir las
sugerencias y consejos de los hermanos respecto a cómo administrar mejor los
recursos de la congregación, cómo hacer que las relaciones fluyan dentro de la
iglesia, cómo seguir otros derroteros para que la iglesia crezca en calidad y en
cantidad, y sobre todo, que haya amor entre los miembros.
Se requiere humildad del miembro más pequeño de la iglesia como del
ministro más elevado. ¿No dice acaso el apóstol que los miembros del cuerpo
que parecen más débiles son los más necesarios? (1 Co 12,22) ¿Cómo recibir
de otros si primero no nos disponemos de rodillas ante Dios? Tenemos que
reconocer, como ministros, que no nos las sabemos todas. Que hay hermanos
mejor dotados por Dios, con dones más extraordinarios que los nuestros. Que
hay hermanos que pasan más tiempo en oración que nosotros que
ministramos. Que a veces hay más disposición de algunos miembros de la
iglesia para hacer visitación de enfermos y atender necesidades espirituales y
materiales. Se necesita humildad para reconocer esos errores y corregirlos por
el bien de la iglesia. Se imaginan ustedes cómo sería una iglesia donde cada
miembro estuviera buscando la humildad activamente. Como resultado
tendríamos una iglesia unida y en amor.
2. Mansedumbre (praus): “Suave, dulce, amable, apacible, considerado,
cortés”. Y, por supuesto, el ejercicio del dominio propio sin el cual estas
cualidades serían imposibles. Es también la capacidad que tiene una persona
para ser enseñable, para dejarse guiar. Denota una condición de mente y
corazón. La mansedumbre manifestada por el Señor y recomendada al
creyente es resultado de poder. La suposición que se hace comúnmente es
que cuando alguien es manso es porque no puede defenderse. Pero es todo lo
contrario: que, teniendo todos los recursos para hacerlo, no afirma su propio yo
ni se defiende. “Mansedumbre es el poder bajo control”.
Manso es el que mantiene su temperamento controlado. No es alguien incapaz
de dominar la lengua, los celos y la envidia, sembrando cizaña y estorbando la
obra de algún siervo del Señor. El manso razona bíblicamente en medio de las
dificultades. No busca defender sus derechos, sino que el reino de Dios sea
extendido. Antepone los intereses de Cristo a los personales. A veces decimos:
“fulanito es fuerte de carácter, porque se enoja fácilmente”. No. El problema
que tiene esa persona es que en realidad es débil. Las circunstancias lo
controlan como un monigote. Proverbios 25:28 dice: “Como ciudad derribada y
sin muro, es el hombre cuyo espíritu no tiene rienda”. Está a expensas de las
circunstancias que vienen de afuera.
Una persona que no es mansa, que no sabe dominarse a sí misma, es una
persona que ve problemas en todo, como el ruiseñor de la ilustración,
¿recuerdan?, todo lo veía negro, nada le gustaba: “Noé era un mal
administrador, no sabía dar órdenes, no preparaba bien sus sermones, no
predicaba bien, no se preocupaba por los demás miembros del arca”, etc.,
pero, en cambio, ¿qué hacía el ciervo?: oraba.
Martin Lloyd-Jones decía: “El que ya está en el piso, no tiene miedo de
caerse”. Se necesita gente que ya esté en el piso, que ore por su iglesia, por
sus líderes, que sepa interpretar los tiempos para hablar y tomar las decisiones
correctas para el crecimiento y madurez de la iglesia. La mansedumbre, vista
como la capacidad de dejarnos guiar y enseñar por otros, y como el dominio
propio de nuestro temperamento, es necesaria si queremos ver una iglesia
unida. No hay mansedumbre donde no hay humildad. La mansedumbre es un
resultado de la humildad.
En el Sermón del Monte, el Señor Jesús enseñó: Bienaventurados los pobres
en espíritu (los humildes, los que reconocen su necesidad de Dios), y después
dijo, bienaventurados los mansos porque ellos recibirán la tierra por heredad
(Mt 5:5). La mansedumbre y la humildad, casi siempre se las nombra juntas,
por ejemplo, en Mt 11:28-30, y en Col 3:12-13: “Vestíos, pues, como escogidos
de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de
humildad, de mansedumbre, de paciencia, soportándoos unos a otros y
perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro…” Pablo habló
también de la “mansedumbre y ternura” de Cristo (2 Co 10,1).
Creo que el Dr. Lloyd-Jones tenía razón al enfatizar que esta mansedumbre
denota “una actitud tierna y humilde hacia otros que está determinada por una
estimación real de nosotros mismos”. Señala que “es comparativamente fácil
ser honestos con nosotros mismos ante Dios y reconocernos como pecadores
ante sus ojos. Pero ¡cuánto más difícil es permitir a otros que digan cosas así
acerca de mí! Por instinto me ofende tal cosa. Todos preferimos condenarnos a
nosotros mismos y no que otros nos condenen”.
El Dr. Lloyd-Jones lo resume en forma admirable: «La mansedumbre es
básicamente tener una idea adecuada de uno mismo, la cual se manifiesta en
la actitud y conducta que tenemos respecto a otros. El verdaderamente manso
es el que vive sorprendido de que Dios y los hombres puedan pensar tan bien
de él y lo traten tan bien como lo tratan. Esto lo vuelve gentil, humilde, sensible,
paciente en todas sus relaciones con los demás”.
3. Paciencia y longanimidad. En este punto, me gusta la traducción que hace
el Dr. William Hendriksen en su comentario al libro de Efesios, porque sigue el
orden del original en griego: “Con toda humildad y mansedumbre, con
paciencia, soportándoos los unos a los otros en amor, haciendo todo esfuerzo
para preservar la unidad impartida por el Espíritu mediante el vínculo (que es)
la paz”.
Primero humildad, segundo mansedumbre, tercero paciencia y cuarto
soportándoos. Paciencia (macrodsumía) es “la capacidad de ser herido una y
otra vez sin quejarse”. Es la resistencia activa frente a las pruebas. Es
“permanecer ahí”. Permanecer largo tiempo bajo una presión. Tolerar el mal sin
procurar vengarnos. Esta característica está unida a la longanimidad
(soportándoos= anéjomai). La idea es la misma, es decir, sufrir un agravio sin
andarme quejando de lo que me han hecho, sin devolver golpe por golpe. Más
bien, siguiendo la enseñanza de Romanos 12,17-21: “No paguéis a nadie mal
por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres. Si es posible, en
cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres. No os
venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios;
porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor. Así que, si
tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues
haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza. No seas
vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal”.
Se trata de una “benevolencia inconquistable y una bondad invencible”, dice
John Macarthur. Voy a ser bueno, no importa lo que me hagas. Nunca vas a
conquistar mi bondad, no la podrás aplastar. Se trata de no estar haciendo
personal cada exhortación que nos hacen. No agrandar los problemas, no estar
juzgando cada decisión. En cambio, es procurar la paz entre todos. Y todo lo
anterior, porque nos gobierna un principio de amor: “soportándoos los unos a
los otros en amor”. Aquello que debe unirnos es el amor: “En esto conocerán
todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor, los unos por los otros” (Jn
13,35).
Los hermanos que se comportan con humildad, mansedumbre y paciencia,
que soportan las quejas, las debilidades, los problemas de los hermanos, y que
se consideran a sí mismos, son los que están siendo solícitos en guardar la
unidad del Espíritu. Solícitos (espoudazontes, en participio presente activo), es
decir, que se están esforzando continuamente en guardar esa unidad. Que lo
procuran intencionalmente, que oran en sus casas por esa unidad y
crecimiento en madurez, que llegan a la iglesia con esa intención, no con la
intención de dividir sino de unir, de edificar en vez de criticar.
Cuando un miembro no cultiva esas virtudes de humildad, mansedumbre,
paciencia y longanimidad en amor; sino que siembra dudas y esparce rumores
y habla mal de otros miembros y del pastor y los líderes, está siendo usado por
el diablo, y creo que ningún hermano se propone ser usado por el diablo. Pero
puede ser que, sin quererlo, esté siendo un instrumento en las manos de
Satanás para promover la discordia. En aras de buscar la unidad, el
crecimiento y madurez de la iglesia, algunos hermanos tienen la mejor
intención de ayudar, de sugerir a la iglesia, pero cuando no ven resultados se
desaniman y empiezan a rumorar; poco a poco están provocando una división
en su iglesia y Dios se duele de ello.
Conclusión:
Que Dios nos ayude a mantenernos humildes, mansos y pacientes, en amor,
para que la iglesia del Señor permanezca unida y crezca. Esforcémonos, como
dice la Biblia, seamos solícitos en arreglar las diferencias con los hermanos.
Pidamos perdón, reconciliémonos con aquellos con quienes hemos estado
distanciados, expresemos nuestro afecto fraternal. “Que vuestra gentileza sea
conocida de todos”. Ése es el más profundo anhelo del Señor para que nos
mantengamos unidos, fuertes y saludables, madurando y creciendo en el Señor
siempre. Amén.
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